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La revolución industrial azucarera en Argentina (1870-1930)

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Fragmentos de un ensayo del  historiador Roberto Pucci*

“Cuando la revolución industrial iniciada en Europa se trasladó a los países periféricos, su manifestación más temprana y más plena tuvo lugar en las regiones productoras de azúcar de caña: la primera fábrica completamente mecanizada fue el ingenio azucarero moderno”.

Con estas palabras comienza el investigador Roberto Pucci (1951-2022) la introducción a un ensayo histórico de su autoría sobre la evolución tecnológica de la industria azucarera en el período transcurrido entre 1870 y 1930, en tres países de América del sur: Cuba, Brasil y Argentina. Se trata de un examen comparativo centrado en los aspectos técnicos del proceso de modernización, pero atento –explica- a “otros factores asociados, tales como las características histórico-culturales de los mercados internos y los rasgos distintivos de los grupos empresariales que lideraron la actividad en los distintos países”.

Según advierte Pucci, el tema central de este estudio es la historia azucarera de la Argentina, y “los casos restantes operan a modo de espejo o de contraste”. De este modo, entendemos que la reproducción parcial en esta nota de solo dos de los apartados del ensayo (de recomendable lectura en su factura completa) no traiciona la intención del autor en cuanto los fragmentos elegidos ilustran el panorama general de la época y el caso particular de nuestro país.

El rigor historiográfico del estudio obliga a Roberto Pucci a concentrarse en la ilustración descriptiva de los hechos y su contexto histórico inmediato. No encontrará el lector en esas páginas el intento de una teoría general ni el enjuiciamiento explícito o subrepticio de carácter ideológico que condicione esa descripción. Sí, nos confiesa, en la introducción precisamente, su propósito de competir con otras narraciones cuya tendenciosidad ha contribuido a crear una imagen negativa de la industria y la cultura del azúcar en Argentina y especialmente en Tucumán.

El ensayo completo ha sido incluido en una publicación de 2022, como complemento de un estudio que examina la evolución del pensamiento de Juan Bautista Alberdi: Alberdi, ese Desconocido y Otros Ensayos Históricos (editorial Biblos). Al ilustre tucumano lo destaca como el máximo intérprete del federalismo republicano y democrático en la historia de las ideas argentinas y los textos  comparten, según el mismo Pucci, un rasgo común: el de su tucumanidad, “pero sin adherir a ningún tipo de ciego localismo”.

*Docente e investigador en historia. Hasta sus últimos días se desempeñó como profesor titular de la cátedra de Metodología de la Historia en la Universidad Nacional de Tucumán. Fue autor, entre otras obras, de Historia de la destrucción de una provincia. Tucumán 1966 (2007), de la selección de textos de la Antología conmemorativa de Juan Bautista Alberdi (2011), Pasado y presente de la Universidad de Tucumán (2013), Historia. Erudición, interpretación y escritura (2016) y Alberdi, ese desconocido y otros ensayos históricos (2022, volumen aludido en esta nota).

Modernización y cambio tecnológico

La revolución industrial en el azúcar sustituyó a la tecnología simple de los primitivos trapiches por plantas industriales de alta complejidad, los ingenios modernos o “centrales” (en Brasil, también “usinas”). La revolución tecnológica, asociada con el proceso de abolición de la esclavitud en las economías de plantación, estuvo “detrás” de los cambios estructurales en la industria azucarera, o bien fue un producto de ellos: reorganización de las relaciones entre la industria y el agro, concentración de fábricas, tierras y capitales, innovaciones organizacionales, revolución gerencial. El proceso no se limitó a las innovaciones mecánicas, puesto que implicó toda una serie de transfomaciones económicas y sociales: como bien afima Eisenberg , la modernización en el azúcar fue mucho más que la introducción de las máquinas de vapor o los tachos al vacío de múltiple efecto.

La importancia del cambio tecnológico es innegable; sin embargo, condujo al desarrollo de la producción en masa mediante una secuencia de cambios en gran escala. La productividad se multiplicó como resultado de los perfeccionamientos operados en los procedimientos de molienda y extracción de jugo de la caña de azúcar, la reducción de pérdidas y una notoria aceleración en el proceso de elaboración del azúcar, cuya calidad y apariencia también se modificaron radicalmente. La transformación de toda la maquinaria demandó, además, una nueva logística organizacional de la fábrica y del trabajo en el campo. La creación de los ingenios centrales constituyó el paso decisivo de la transformación industrial en el azúcar: modemas y grandes fábricas, que centralizaron la elaboración de azúcar a partir de materia prima propia y adquirida a los antiguos plantadores-fabricantes, convertidos en adelante en agricultores cañeros, así como a un sector de nuevos cultivadores.

Compartiendo un rasgo que caracterizó a la segunda revolución industrial, la transformación del proceso de elaboración industrial del azúcar supuso la asociación de la ciencia con la tecnología. Los nuevos procedimientos mecánicos y la maquinaria de alta complejidad exigieron el empleo de técnicos especializados para su instalación, manejo, control y mantenimiento; a su vez, el perfeccionamiento de los tratamientos químicos para la clarificación de los jugos y el control de rendimientos requirió el empleo de instrumentos científicos de medición.

Se ha señalado repetidas veces que la revolución operada en el terreno fabril no fue acompañada por cambios similares en la producción agrícola de la caña de azúcar, fenómeno que habría caracterizado a todas las regiones cañeras, con la posible excepción de Java y Hawai. Los métodos de siembra, cultivo y recolección de la caña permanecieron en el atraso tradicional. La producción fabril en masa multiplicó la demanda de materia prima, y la respuesta fue la extensión de los cañaverales, mucho más que el aumento de la productividad agrícola. Las tareas agrícolas y las coseehas seguirán siendo una pesada labor realizada a mano hasta fechas muy recientes: en Cuba hasta la década de 1970; en Argentina se introdujo la cosecha semi mecanizada para ese tiempo, y recién en los ochenta comenzó a dominar la mecanización completa”.

No obstante, los esfuerzos innovadores no estuvieron del todo ausentes: en primer lugar, se introdujo el ferrocarril para el transporte de caña y azúcar, conectando los ingenios con puertos y centros consumidores; y  también mediante ferrocarriles de vías portátiles los cañaverales con las fábricas azucareras. Los intentos por emplear el vapor como fuerza motriz para las labores agrícolas no tuvieron éxito, porque se trataba de aplicaciones de la tecnología fabril no adaptadas a las faenas agrícolas. Recién en el periodo de entreguerras los avances en el terreno agrícola recibieron mayor impulso, cuando se introdujeron los arados de discos de acero, las rastras rotativas, las máquinas plantadoras de caña, las cultivadoras de trocha, las desmalezadoras, los carros ligeros para el transporte de caña y, finalmente, los tractores y otros vehículos de petróleo.

productividad y conocimiento

Debe destacarse, sin embargo, que a fines del siglo XIX comenzó a desarrollarse la agricultura “científica” de la caña de azúcar con la creación de instituciones de investigación denominadas “estaciones experimentales”. A principios del siglo XX existían numerosos establecimientos de este tipo dedicados, en todo o en parte, a los estudios y ensayos de campo sobre la caña de azúcar, y en la segunda década del siglo XX existían ya unas quince. La Estación Experimental de Tucumán, fundada en 1909, fue por su antigüedad la sexta institución en el mundo creada con el fin de promover el cultivo científico de la caña de azúcar.»La labor de estas estaciones agronómicas producirá el avance científico-técnico más importante: el desarrollo de nuevas variedades de la planta de caña de azúcar de mayor rendimiento y resistencia a las enfermedades, y mejor adaptadas a las condiciones agroecológicas de cada región. Un ejemplo pionero fueron las variedades creadas por las estaciones de Java, adoptadas y luego desarrolladas por las estaciones experimentales de América Latina, entre otras la de Tucumán.

el vapor como fuerza motriz

 Pese a lo señalado, no cabe duda de que las principales innovaciones tecnológicas se produjeron en el proceso fabril de elaboración del azúcar. Su característica principal fue el uso intensivo del vapor como fuerza motriz, en sustitución de la fuerza animal o hidráulica, así como su aplicación en las diversas fases del proceso industrial. (…..) El tiempo en que tuvo lugar la revolución tecnológica, así como el éxito o fracaso de la modernización, variaron considerablemente de acuerdo con las particulares condiciones de los distintos países productores, porque la oportunidad y celeridad de los cambios se asociaban con las estructuras sociales, las políticas gubernamentales, la disponibilidad de capitales y mano de obra, y el freno o acicate representado por la posición de las diferentes economías azucareras en el mercado mundial del azúcar.

crisis y resurrección tecnológica

C. Prinsen Geerligs, técnico azucarero de origen holandés, señaló el año 1883 como el del comienzo de la gran transformación tecnológica del azúcar a escala mundial. Aunque resulte un tanto extraño fechar con semejante precisión el punto de partida de un proceso de larga duración, no deja de asistirle algo de razón. Aquél fue el año de la gran crisis en el mercado mundial del azúcar, provocado por la presión acumulada durante las décadas previas por la creciente producción europea de azúcar de remolacha, que determinó el derrumbe de los precios del azúcar. Estos venían declinando a lo largo del siglo, y la caída se aceleró de tal manera que, entre 1884 y 1905, registraron una disminución de 65%, trayendo como consecuencia la desaparición completa de la actividad azucarera en las regiones tecnológicamente más atrasadas, como Granada, Dominica, St. Martin, St. Vincent, etc., en tomo al año 1900. Las regiones productoras de azúcar de caña adoptaron por aquel entonces, decididamente, el camino de la revolución tecnológica para hacer frente al desafío del azúcar de remolacha.

años de transición

La revolución industrial en las economías del azúcar de caña estuvo precedida, no obstante, por un largo periodo de transición durante el cual la incorporación de las invenciones técnicas y la adopción de nuevos procedimientos coexistieron con los métodos tradicionales. Cuba fue uno de los pioneros en este sentido, pues en fecha tan temprana como 1796 realizó experimentos, no exitosos, para adoptar la máquina de vapor en los ingenios, que se incorporó por primera vez allí en 1816; en 1837 tendió el primer ferrocarril azucarero del mundo; en 1842 instalaba tachos al vacío y en 1849, las primeras centrífugas. Otras islas del Caribe encabezaban también la transformación: la máquina de vapor y los trapiches horizontales se instalaron en ingenios de Trinidad en 1803, en Guyana en 1805, en Jamaica en 1808 y en Martinica en 1809, si bien todas estas innovaciones presentaban aún un carácter limitado. Los primeros ingenios “centrales” aparecieron en las Antillas británicas y francesas en las décadas de1830 y 1840, para expandirse unos 20 años más tarde a Guadalupe y Martinica; en los restantes países productores, como Cuba, Puerto Rico, Argentina y Brasil, su aparición fue más tardía aun, en la década de 1870.

productividad consecuente

El cambio tecnológico iniciado en las dos últimas décadas del siglo XIX continuó su impulso hasta los años de 1920, produciéndose continuas mejoras en los trapiches, los equipos de evaporación y filtrado, una mayor difusión del empleo de elevadores y transportadores de bagazo, el aumento de potencia de las plantas motrices de vapor, la generalización del empleo de electricidad, y desde los años veinte, de motores eléctricos y de combustión.

La moderna fábrica azucarera surgida del proceso de modernización recibió distintos nombres: el de “ingenio”, empleado en muchas regiones de la América antes española, fue una adopción por parte de la lengua castellana del portugués “engenho”, nombre tradicional que, en el ámbito lusitano, designaba los trapiches primitivos, no a la planta industrial tecnológicamente avanzada. En el área del Caribe se los llamó “centrales”, y en Brasil “usinas”: unidades productoras que, siendo todas el resultado de la revolución industrial, no eran idénticas en cuanto a su tecnología, su tamaño y las características de la producción.

La enorme capacidad de producción de las nuevas fábricas generó una división del trabajo entre el sector agrícola y el manufacturero, debido a que los nuevos ingenios requerían más materia prima de la que cualquier plantación individual podía producir. Por otro lado, al integrar a los plantadores independientes como proveedores de la caña de azúcar, los industriales azucareros descargaban sobre ellos el peso de la organización del trabajo agrícola y los requerimientos de inversión necesarios para la expansión de los cañaverales, pudiendo así concentrarse en la modernización tecnológica de las unidades fabriles.

dos modelos

Surgieron de este modo dos modelos principales de unidades productivas: 1) el sistema de ingenios centrales, caracterizados por la separación entre tierras cañeras y fábricas azucareras. Estas últimas, propiedad de individuos, de empresas familiares o de sociedades industriales, poseían plantaciones propias en muchos casos, pero de carácter suplementario en relación con la caña contratada a los plantadores independientes; y 2) empresas azucareras integradas verticalmente, que reunían la fábrica y la plantación bajo una sola mano. Se autoabastecían de materia prima y recurrían a la mano de obra dependiente de la empresa, bajo diversas formas transicionales entre la esclavitud, el trabajo semi-forzado y la mano de obra asalariada. En ninguna región, por cierto, estos modelos se presentaron de forma “pura”.

En Cuba, los centrales de Oriente, región de nueva explotación cañera impulsada por los estadounidenses desde principios del siglo, eran empresas de integración vertical; en el occidente de la isla, en cambio, región tradicional de la producción azucarera, prevaleció la división entre industriales y plantadores. En Argentina, la integración vertical fue la solución adoptada por los ingenios de Jujuy y Salta, pero en Tucumán la transformación se basó en el desarrollo de un vasto sector de cultivadores independientes. En Brasil, por fin, el relativo fracaso registrado por el desarrollo de las usinas modernas hasta bien entrado el siglo XX fue, en gran medida, el fruto de la negativa presentada por los tradicionales “senhores do engenho” a la demanda de convertirse en simples proveedores agrícolas de los concesionarios extranjeros de usinas.

Argentina: una transformación acelerada

El punto de partida de la revolución industrial azucarera en Argentina, y particularmente en Tucumán, provincia donde la actividad se había iniciado a principios del siglo XIX, se puede fechar con la misma precisión que hizo P.Geerligs, pero con mayor acierto: 1876, año de la conexión ferroviaria con Córdoba y el litoral. A partir de entonces, en el transcurso de 20 años, el  vertiginoso crecimiento de la producción doméstica eliminó la importación de azúcar que abastecía a las grandes ciudades del litoral, proveniente de Cuba, Europa -especialmente Francia- y Brasil.

El ferrocarril permitió la importación masiva de las máquinas de vapor y de ingenios, mayoritariamente de origen británico, francés y alemán. Los 82 trapiches existentes en Tucumán en 1876 habían sido sustituidos hacia 1895 por una treintena de ingenios modernos, completamente mecanizados. La producción de azúcar, que en 1877, el punto de partida del despegue, era de 3000 t se elevó en 1889 a 50.000; en 1896, a 163.000; y en1926, a 476.000 t. Argentina ocupaba el segundo, tercer y quinto lugar entre los productores latinoamericanos de azúcar, según los años.

La primera onda de transformación tecnológica y la euforia inversora que le acompañó se extendió hasta mediados de la década de 1890, cuando la expansión se vio frenada, transitoriamente, por los límites del mercado nacional y por la fuerte hostilidad de los gobiernos y los políticos del litoral, enemigos de toda medida de fomento de las exportaciones, y más aún, de reservar el mercado argentino para la producción nacional. La transformación industrial fue tan acelerada que en sólo cinco años, entre 1876 y 1881, desaparecieron casi todos los trapiches primitivos, y los que persistían se hallaban en proceso de renovación tecnológica, la que prolongó su impulso en los años ochenta y noventa. La primera crisis de superproducción, ocurrida entre 1896 y 1901, provocó la quiebra de numerosas fábricas, el cierre de media docena de ingenios y un proceso de transferencia o asociación de los empresarios locales con las firmas proveedoras de maquinaria azucarera.

expansión fabril en Tucumán

Entre 1876 y 1910 se instalaron 22 ingenios nuevos en Tucumán; más adelante, ya en la década de 1920, se fundaron cinco más, cuatro de ellos en Tucumán y uno en la provincia de Salta. En 1936, con la fundación del ingenio Leales, se clausuró definitivamente el ciclo de expansión fabril de la industria azucarera argentina. Otros 18 ingenios que provenían del periodo de los trapiches semi-artesanales fueron modernizados en Tucumán, equipándose hasta su mecanización completa. Por lo tanto, un total de 40 fábricas azucareras protagonizaron en aquella provincia la revolución industrial; más de la mitad eran instalaciones nuevas, del tipo “llave en mano”, con maquinaria inglesa y escocesa en cuanto a plantas motrices de vapor y trapiches; francesa, también en trapiches, múltiples efectos y centrífugas; y alambiques alemanes.

Más adelante, al estallar la gran guerra en 1914, los estadunidenses se convirtieron en los únicos proveedores de maquinaria para ingenios, tanto de Cuba, como de Brasil y Argentina. Treinta y nueve de estos ingenios eran de capitales tucumanos o argentinos en sus inicios; la excepción la constituyó el ingenio La Corona, de Tucumán, fundado por un inmigrante escocés, asociado luego con la banca de Londres y la corona británica. Salta y Jujuy eran las provincias que seguían en importancia por su producción azucarera, pero con una participación que, hacia 1930, rondaba el 20% del total del país, sumando la pequeña producción de Santa Fe, Chaco y Corrientes.

protagonistas del cambio

En todo el país, fueron 51 las fábricas azucareras que protagonizaron la revolución industrial en el azúcar; solamente 22 de ellas provenían del periodo semi- manufacturero, mecanizándose en las décadas de1870 y 1880. Las 29 restantes fueron creadas después de 1876: catorce hasta 1890 y cuatro más al finalizar el siglo. Luego surgieron cinco ingenios nuevos entre 1900 y 1920, cuatro en los años veinte y dos en los treinta. De los 51 ingenios, seis cerraron entre 1892 y 1902, y cinco entre 1913 y 1931. La inversión en maquinaria azucarera hasta 1910, en la provincia de Tucumán, ascendía a los 100.000.000 de francos, que equivalían a 20.000.000 de pesos oro.

En 1889 se fundó la refinería del Rosario, por parte del empresario de Buenos Aires Ernesto Tornquist, asociado al poco tiempo con industriales tucumanos en la Compañía Azucarera Tucumana, propietaria de cinco ingenios modernos. Pronto, a partir de 1890, los ingenios de Tucumán comenzaron a agregar refinerías en sus plantas de elaboración. En la década de 1920, de los 27 ingenios que operaban en la provincia, 17 contaban con refinerías propias, así como el ingenio Tabacal de Salta, y los ingenios Río Grande y Ledesma de Jujuy.

mejoras energéticas

La renovación y ampliación de los ingenios argentinos se extendió hasta la década de 1930; los trapiches que se habían mecanizado completamente desde fines de la década de 1870, continuaron renovándose al ritmo de las novedades tecnológicas. El ingenio Esperanza, reformado por primera vez en 1878, se amplió en 1902, y nuevamente en 1921; el ingenio Amalia, nacido como fábrica mecanizada en 1879, al cambiar de propietario en 1906 volvería a renovar y ampliar su capacidad de producción; el Santa Ana, creado en 1889, incorporó refinería y destilería entre 1915 y 1920, convirtiéndose en uno de los ingenios más grandes de Tucumán. O4o tanto ocurrió con los ingenios Florida y Trinidad, que abrieron refinerías y ampliaron sus destilerías a fines de los veinte y comienzos de los treinta. El ingenio Bella Vista ensayaba con la explotación de los subproductos: a la destilería añadió luego una fábrica de vinagre y otra de cartón a partir del bagazo y el despunte de caña. El ingenio Ledesma, en la provincia de Jujuy, renovó su maquinaria en 1911, al ser adquirido por Enrique Wollman, adoptando la electricidad como fuerza motriz, salvo los trapiches que se movían por vapor. Incorporó refinería y destilería y construyó un trazado de 180 km de vías férreas propias, entre fijas y portátiles. Así se convertiría en el segundo ingenio del país por su capacidad, luego del Concepción, en Tucumán.

el ingenio argentino

 Hacia los años de 1920, el ingenio tipo argentino se encontraba equipado en cuanto a maquinaria de molienda con conductores de caña, desfibradores tipo Krajewski, trapiches de doce cilindros la mayoría, algunos de quince, con reguladores hidráulicos y alimentadores para macerar (“imbibición”) la materia prima, lo que aumentaba la extracción de jugos. Desde fines del siglo XIX, los ingenios instalaron calderas alimentadas con bagazo de 45% de humedad, lo que representaba los dos tercios del combustible empleado por las fábricas azucareras, que se suplementaba con leña. Algunos ingenios probaron el empleo de difusores para sustituir los trapiches, pero los abandonaron al poco tiempo porque no rendían como los trapiches.

El proceso de clarificación, evaporación y concentración de los jugos se efectuaba mediante calderas de defecación por vapor, filtros de arena, clarificadores y filtros-prensa, tachos al vacío, evaporadores de triple y cuádruple efecto y cristalizadores mecánicos. La fase final consistía en la purga de las melazas mediante centrífugas, completadas con máquinas de moler y empacadoras de azúcar. Muchos ingenios comenzaron la electrificación de sus plantas en esos años, y uno sustituyó completamente el vapor por la nueva fuente de energía para mover su maquinaria. Usinas centralizadas, instaladas junto a los ingenios, generaban electricidad con la fuerza de vapor; los generadores de energía se empleaban a su vez como fuerza motriz.

Asociada al progreso azucarero de Tucumán, se desarrolló además toda una industria mediana de talleres metalúrgicos que fabricaba maquinaria especializada para los ingenios, la que deja de importarse: cristalizadores, filtros prensa, condensadores, calentadores de jugo y bombas. Plantas de fundición de cobre, bronce y hierro producían camisas para los cilindros de los trapiches, de 5 a 20 t de peso.

De las conclusiones

En las conclusiones del trabajo, Pucci señala que allí donde la modernización alcanzó su plenitud, tuvo lugar un proceso de concentración industrial con una drástica reducción de las unidades productivas y un paralelo aumento de la capacidad de producción. En Cuba, el desarrollo del ingenio moderno redujo el número de factorías de unas 1300 en 1869 a cerca de 200 a fines de siglo. La destrucción provocada por la guerra de 1895 a 1898 aceleró la sustitución de los ingenios mecanizados y semi-mecanizados por los nuevos “centrales”. En las tres primeras décadas del siglo se fundaron centrales cuyo tamaño era cada vez más colosal. Entre 1925 y 1930, cuando Cuba rondaba una producción de 5.000.000 de toneladas anuales, esa capacidad media se había elevado a 30.000; los centrales más poderosos producían entre 100.000 y 150.000 toneladas de azúcar por año.

En la compleja estructura productiva de Brasil coexistían unos 20.000 ingenios de variada condición junto a un pequeño sector de usinas modernas. En Pernambuco operaban hacia1904 unos 1 500 engenhos y 47 usinas, cuya producción total ascendía a 156.000 t, con un promedio de 100 t por fábrica.

En Argentina se produjo una rápida desaparición de los poco más de 80 trapiches semi-artesanales existentes hacia1880, sustituidos por unos 40 ingenios equipados con la tecnología moderna. Su capacidad de producción media era, en 1915, de 7800 t anuales; y en1926, de 13.800 t. Las fábricas azucareras más grandes producían entre 20.000 y 50.000 t, y no existía ya ningún trapiche artesanal.

La crisis de superproducción de los años 1920aceleró la caída de los precios del azúcar, frenando definitivamente la expansión industrial cubana hacia 1926. Con la severa restricción de las exportaciones al mercado estadounidense en 1930, el ciclo de inversiones encontró su fin y pasarían unos 50 años antes de que pensaran construir nuevos ingenios, ya en el régimen de Fidel Castro. La caída de la rentabilidad movió a muchas firmas estadunidenses a “cubanizar” parte de los ingenios, vendiéndolos a empresarios nativos.

En Brasil se vivió un ciclo enteramente inverso: con su producción destinada al mercado interno, a partir de 1930 la actividad azucarera iniciaría un ciclo de renovación estimulado por el gobierno mediante la planificación del Instituto de Azúcar y Alcohol.

La situación de Argentina, en cambio, se asemejaba más a la de Cuba, puesto que su fase de crecimiento se detuvo en el curso de los años treinta como producto del fin de la expansión agro exportadora del país, que frenó el aumento del consumo interno per cápita, único mercado importante para una industria apenas tolerada, pero impedida de buscar salidas exportadoras. El equipamiento industrial no se renovaría hasta fines de los años 50 y principios de los 60, pero -advierte Pucci, ya sobre el final- “solo para dar lugar a una de las repetidas y trágicas paradojas argentinas. Porque, precisamente en el momento en que los ingenios tucumanos habían emprendido una nueva renovación tecnológica, fueron masivamente asediados y liquidados por la dictadura militar que capturó el poder en 1966”.

 

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