Dos asuntos destacan en la agenda trimestral del NOA que registra esta revista: la respuesta hasta aquí positiva del sector maicero en su conjunto frente al desafío de la plaga del achaparramiento, que lo complica, y el cada vez más decidido intento de la industria sucroalcoholera por consolidar en el país, junto al maíz precisamente, la producción de alcohol como biocombustible. Lo primero ha quedado claramente plasmado en el lugar que ha ocupado el tema de la plaga del maíz en reuniones especiales sostenidas por técnicos locales y extranjeros durante el Congreso Internacional de Maíz, sostenido en Córdoba afines de agosto pasado.
De lo segundo da cuenta el informe que el Centro Azucarero Argentino ha hecho público durante la XXIII Reunión Anual de la sociedad argentina de técnicos de la caña de azúcar (Tucumán, julio 2024).
En dicha presentación constan, además de los aspectos y cifras del impacto positivo de la producción sucroalcoholera a partir del impulso a los biocombustibles en 2006, los argumentos en favor de la modificación de la legislación que han acordado proponer ambos sectores productivos.
Nos acostumbramos a considerar estos consensos como de pura conveniencia sectorial, lo cual sería de todos modos legítimo, pero a veces perdemos de vista que, como en el caso de los biocombustibles, los efectos positivos de los cambios propuestos obrarían en favor del conjunto socioeconómico del país.
